viernes, 14 de marzo de 2014

Diario de un revolucionario Digital - Capítulo 2

Todos los grandes movimientos tienen una guía, la Biblia, el Coran, Marx, el Martín Fierro o la revista Corsa. Todos menos nosotros, los revolucionarios de la era digital. Algunos especialistas afirman que Steve Jobs fue nuestro Mesías, que Sillicon Valley es la meca y otra sarta de herejías infundadas. Otros compañeros se han aferrado a las enseñanzas que creen encontrar en los videojuegos, los más fanáticos, incluso, han creado una nueva categoría alimenticia basándose en ellos. Así como están los vegetarianos, muchos talibanes de la tecnología se han volcado al Candynismo, y se alimentan solo de golosinas, inspirados en el adictivo Candy Crush. Ante este vacío dogmático me he propuesto ir bocetando algunos capítulos, de lo que será nuestro libro de cabecera, palabras, frases, parábolas para reflexionar sobre nuestros turbulentos tiempos digitales. 


La nueva fábula de la tortuga y el conejo.
“La primera parte, la sabemos todos: un conejo engreído es desafiado por una tortuga, bastante corajuda, a correr una carrera. La tortuga quería darle una lección al bravucón y el conejo quería humillar a su lento competidor.
Desde los tiempos en que la primera versión de esta fábula fue escrita hasta nuestros días corrió mucha agua bajo el puente y, aquel tranquilo bosque, derivó en una ciudad asfaltada y pujante. Los contrincantes se conocían por compartir la vidriera de una veterinaria que los tenía para la venta y un buen día lograron fugarse para encarar la  carrera. El gran problema surgió cuando debían empezar a correr, ninguno de los dos conocía las calles. Pactaron proveerse con un navegador satelital, por más que ninguno de los dos sabía muy bien para qué servía. Habían escuchado en la veterinaria que lo  usaban para guiarse a la hora de entregar los pedidos.
Llegó la hora de la largada y el conejo, confiado en su velocidad y su sentido de la ubicación, empezó a correr sin prestarle mayor atención al GPS, al que ni siquiera se había tomado el trabajo de examinar. La tortuga, por el contrario, activo su guía satelital y, siguió, al pie de la letra, las indicaciones que la cálida voz femenina le brindaba. Se tomó el subte y llegó a la meta en 5 minutos. El conejo llegó dos horas después cansado, sucio y derrotado.
Moraleja: “Se optimista como la flechita del mouse, que siempre apunta para arriba”.
           

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