Créase
o no, lamentablemente, todavía existen actividades que no se pueden hacer
online. Una de ellas es el dentista. He intentado curarme una caries con algún
video de youtube o un sano consejo del Dr. Google, pero, hay que admitir,
resulta difícil. Lo cierto es que por un simple dolor de muelas tuve que pedir turno,
con un mes de antelación, para visitar, personalmente, al citado profesional.
Me
presenté en el consultorio quince minutos antes de mi hora con mi mejor buena
voluntad. No le temo al dentista, sufro con la espera. Al menos en la actualidad
con el smartphone uno puede pasar amenamente sentado el tiempo sin aburrirse
demasiado. Revisar el mail, twitter, un jueguito o navegar por internet hacen
todo más llevadero.
El
problema fue descubrir que en lo de mi dentista ¡no había señal de celulares,
ni wifi! Traté de no entrar en pánico y me dirigí al revistero en busca de
consuelo. Creí que las revistas habían desaparecido, que ya nadie las leía en
papel y se habían dejado de editar, y, por la antigüedad de las que encontré en
la sala de espera, mi teoría parecía acertada. La publicación más reciente era
del año 2008, tenía los crucigramas resueltos y la mitad de las hojas
arrancadas. Volví a mi asiento y traté pensar en otras cosas, “¿cómo pasaba
esas inagotables amansadoras en mi infancia?”, me pregunté. Añoré aquellos
tiempos en que no necesitaba mucho para entretenerme y decidí revivirlos. Invité
a una señora, sentada a mi lado, a jugar al “Veo, veo”. Supuse que cambiarse de
asiento fue su manera de darme una respuesta negativa.
Pasaba
el rato, nadie entraba ni salía del consultorio y la gente seguía apilándose en
la sala de espera. Habían pasado ya veinte minutos y me sentía sofocado. Con el
tiempo me he mimetizado con mi celular, si falta señal, me falta el aire,
necesito 3G para respirar. En momentos así es cuando surge en mí el
revolucionario, el justiciero. Me levanté del asiento y me paré en el medio de
la sala.
-¡No
seamos cobardes, carajo! Reclamemos que pongan una antena para celulares en el
consultorio o al menos que impriman revistas nuevas –arengué a los demás
pacientes (¿de las cantidad de horas de mansa espera que soportamos vendrá el
término pacientes?)
Nadie
pareció hacerse eco de mi reclamo y, un vivillo recién llegado me birló descaradamente
el asiento.
-¿Cómo
podemos esperar así, como animales rumbo al matadero, sin siquiera un mínimo de
entretenimiento? –continué mi discurso al ver que ya no tenía donde sentarme.
La
gente parecía mirarme como a un loco lindo, una atracción de circo. Me pareció
que alguno me tomó una foto con el teléfono, no sé si para denunciarme o porque
esperaba algún tipo de show de mi parte para entretenerlos. La única que
parecía haber tomado nota de mis reclamos fue la secretaria del doctor quien me
indicó, discretamente, que me acercara.
-El
doctor ya se libera y usted es el próximo, mientras espera ¿le puedo ofrecer un
café o quiere usar mi computadora un rato, le puedo dejar un solitario? –propuso
para calmarme.
-Tengo
dignidad, no acepto sobornos, hágaselo saber a su jefe –respondí con altura.
La
secretaria se fue a ver al dentista, a los pocos minutos salió el paciente que
estaba siendo atendido y me pidió que pase al consultorio. El dentista me
estrechó la mano y me invitó a sentarme. Todo muy profesional, él sabía que
estaba en falta y que yo era un hombre duro. No se habló del tema de la espera,
las palabras sobraban. Le mostré la muela que me atormentaba y me la solucionó.
Antes de irme, se ofreció gentilmente, a modo de compensación por el mal rato
pasado, a revisarme el resto de la dentadura. Con un martillito me fue golpeando
cada uno de los dientes. Me dijo que estaba todo perfecto y me fui. A la media
hora sentí que todos mis dientes se habían aflojado. Llamé a la secretaria para
pedir turno pero no tenían nada hasta dentro de un año y me cortaron. Volví a
llamar y me atendió el contestador automático.
La
lucha por la Revolución Digital tiene estos contratiempos, esperemos que algún
día existan buenos dentistas online.
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