lunes, 19 de agosto de 2013

Signos del progreso

Nunca se toma real conciencia de lo que se está haciendo hasta que algún acontecimiento, una señal, aparece para esclarecernos. Los católicos hablan de apariciones divinas, otros creen que por una aureola de pasto seco en la pradera, existen los OVNI, en mi caso, la marca de mi culo en la silla fue la revelación que mi titánica lucha por la revolución digital estaba dando sus frutos. La profundidad de los huellones, que habían causado mis nalgas en el asiento, daban cuenta de la comprometida batalla que me demandaba horas y horas de sedentarismo frente al monitor. Aquel rastro de mi trasero mostraba claramente una  transformación física, mi panza y mi culo se habían unificado, desvaneciendo la inútil cintura y convirtiéndome en una boya que se mantiene siempre a flote, navegando en las aguas de internet. Esa marca en el borde de la silla, mostraba la imagen de un luchador reclinado sobre el teclado, perdiendo la rectitud de su espalda y el alcance de su vista, en pos de un futuro plenamente digital sin importarme la joroba y los anteojos culo de botella. Tan hondo era el calado que habían provocado mis asentaderas que la parte acolchada de la silla estaba tan espesa como una gasa... "por eso me duele tanto, me estoy clavando los tornillos del asiento en el medio del culo", razoné, "tampoco es cosa de inmolarme".

Decidí cambiar de silla, al fin y al cabo, la revolución digital busca el confort de las personas. Pero consideré que mi antiguo asiento no podía ser arrojado así, sin más, a la basura. Era una pieza histórica, con aquellas marcas los arqueólogos podrían dilucidar, en un futuro, cómo vivíamos en estos tiempos, cuántas horas pasábamos frente a la computadora y lo que nos costaba desprendernos de los muebles en mal estado.
Compré una nueva y la vieja se la llevé a mi biógrafa, la persona que guardaba mis cuadernos de la escuela, mis dientes de leche y mis apuntes universitarios: mi madre.
"Siempre me traes las cosas que no te sirven, los celulares antiguos, la computadora obsoleta..." se quejó mi madre cuando le ofrecí aquel tesoro arqueológico. Lo curioso es que cuando se sentó, sus nalgas calzaban perfectamente en la marca de la silla y estaba mucho más cómoda que con su antiguo banquito de madera. Y esa fue una señal más, evidentemente mis zurcos, no estaban siendo en vano, estaban sirviendo para ayudar a la gente.  

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